sábado, 30 de abril de 2011

29 DE ABRIL: Día del Animal: FELIZ DIA A SUS MASCOTAS

El Papa pide a medios información correcta y libre de ideologías

Al recibir este mediodía a los participantes de la 17° Asamblea de la Unión Europea de Radiodifusión, el Papa Benedicto XVI alentó a los medios de comunicación a proporcionar siempre información correcta y equilibrada, libre de ideologías.
En su discurso en la residencia de Castel Gandolfo, el Santo Padre dijo que "en la sociedad actual, los valores básicos para el bien de la humanidad están en juego, y la opinión pública se halla a menudo desorientada y dividida".
Por ello los medios deben "proporcionar cada día una información correcta y equilibrada y un debate profundo para encontrar las mejores soluciones compartidas sobre estas cuestiones en una sociedad pluralista, es un deber de las radios y televisiones".
"Es una tarea que requiere gran honradez profesional, corrección y respeto, apertura a las diferentes perspectivas, claridad en el tratamiento de los problemas, liberación de las barreras ideológicas y conciencia de la complejidad de los problemas".
Benedicto XVI recordó luego que a través de la radio, "los pontífices han podido transmitir más allá de las fronteras mensajes de gran importancia para la humanidad".
"Se puede decir que toda la enseñanza de la Iglesia en este sector, a partir de los discursos de Pío XII, pasando por los documentos del Concilio Vaticano II, hasta mis mensajes más recientes sobre las nuevas tecnologías digitales, está marcada por una corriente de optimismo, esperanza y simpatía sincera con quienes se dedican en este campo a promover el encuentro y el diálogo, para servir a la comunidad humana y contribuir al desarrollo pacífico de la sociedad".
Seguidamente destacó que la Iglesia Católica busca siempre "dar testimonio de su adhesión a la verdad que es Cristo, en un espíritu de apertura y diálogo. La religión contribuye a �purificar� la razón, ayudándola a no caer en distorsiones, como la manipulación ideológica o la aplicación parcial que no tiene en cuenta plenamente la dignidad de la persona humana".
Así, el Santo Padre invitó a los profesionales de la información a "buscar formas de promover y fomentar el diálogo entre fe y razón con el fin de servir al bien común de la nación".
Tras resaltar algunas dificultades que se presentan en este servicio, Benedicto XVI subrayó que "los desafíos del mundo moderno de los que tenéis que ocuparos son demasiado grandes y demasiado urgentes como para que os desaniméis y rindáis frente a esas dificultades".
Finalmente el Papa animó a que los "contactos y actividades internacionales estén al servicio de la reflexión y el compromiso para garantizar que los instrumentos de la comunicación social promuevan el diálogo, la paz y el desarrollo de los pueblos en la solidaridad, superando la separación cultural, las incertidumbres y los temores".
Este encuentro europeo se realiza en Roma en ocasión del 80° aniversario de fundación de Radio Vaticana.



miércoles, 27 de abril de 2011

Cristianos deben hacer resurgir esperanza, alegría y vida en el mundo, dice el Papa

En la Audiencia General de este miércoles el Papa Benedicto XVI alentó a los cristianos en todo el mundo a hacer resurgir la esperanza, la alegría y la vida en el mundo, traídas por Cristo Resucitado en este tiempo de Pascua.
Ante más de 20 000 personas presentes en la Plaza de San Pedro adonde llegó en helicóptero proveniente de la residencia de Castel Gandolfo, el Santo Padre señaló en español que "Cristo verdaderamente ha resucitado. La vida y la alegría que nos ha dado con su Pascua debemos darla a quienes están cerca. Tenemos como tarea y misión hacer resurgir la esperanza donde hay desesperanza, la alegría donde hay tristeza, la vida donde hay muerte".
"Hemos de vivir de modo pascual y hacer resonar el alegre anuncio que Cristo no es una idea o un recuerdo del pasado, sino una Persona que vive con nosotros, por nosotros y en nosotros, y con Él, por Él y en Él podemos hacer nuevas todas las cosas".
En su catequesis en italiano, el Santo Padre recordó también que "Cristo resucitado de entre los muertos es el fundamento de nuestra fe, que se irradia en toda la liturgia de la Iglesia, dándole contenido y significado a la existencia".
"La resurrección de Cristo es la puerta a una nueva vida que ya no está sometida a la caducidad del tiempo, una vida inmersa en la eternidad de Dios. En la resurrección de Jesús comienza una nueva condición de los seres humanos, que ilumina y transforma nuestro camino cotidiano y abre un futuro cualitativamente nuevo y diferente para toda la humanidad".
"En la Epístola a los Colosenses, San Pablo dice: Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; sentid las cosas de arriba, no las de la tierra.
Benedicto XVI señaló luego que San Pablo "está lejos de invitar a los cristianos, a cada uno de nosotros, a evadirse del mundo en el que Dios nos ha puesto. Es cierto que somos ciudadanos de otra ciudad, dónde está nuestra verdadera patria, pero el camino hacia esta meta debemos recorrerlo todos los días en esta tierra. Al participar desde ahora en la vida de Cristo resucitado, debemos vivir como hombres nuevos en este mundo, en el corazón de la ciudad terrenal".
"Este es el camino, para transformarnos no solamente nosotros, sino para transformar al mundo, para dar a la ciudad un nuevo rostro que favorezca el desarrollo del hombre y de la sociedad, según la lógica de la solidaridad, la bondad, el respeto profundo por la dignidad propia de cada uno".
"La Pascua aporta la novedad de un pasaje profundo y total de una vida sujeta a la esclavitud del pecado a una vida de libertad, inspirada por el amor, la fuerza que derriba todas las barreras y construye una nueva armonía en nuestro corazón y en la relación con los demás y con las cosas".
Todo cristiano, así como toda comunidad, continuó el Santo Padre, "si vive la experiencia de este pasaje de la Resurrección, no puede por menos que ser fermento nuevo en el mundo, entregándose sin reservas a las causas más urgentes y justas, como lo demuestran los testimonios de los santos en todas las edades y en todas partes".
"También son muchas las expectativas de nuestro tiempo: los cristianos, creyendo firmemente que la resurrección de Cristo ha renovado al hombre sin separarlo del mundo en el que construye su historia, tenemos que ser los testigos luminosos de este camino nuevo de Pascua".
"La Pascua es, por lo tanto, un don que hay que acoger cada vez más profundamente en la fe, para obrar en cualquier situación, con la gracia de Cristo, según la lógica de Dios, la lógica del amor", concluyó su catequesis el Papa.
Finalmente y en español, el Papa alentó a que "con el testimonio cotidiano de vida irradien la luz de la resurrección de Cristo, que penetra el mundo, y se hace mensaje de verdad y amor para todos los hombres. Muchas gracias".



martes, 26 de abril de 2011

Una ampolla con sangre de Juan Pablo II será expuesta como reliquia por beatificación

La Oficina de Prensa de la Santa Sede informó esta mañana que los miles de fieles que lleguen al Vaticano este fin de semana para asistir a la ceremonia de beatificación del Papa Juan Pablo II podrán venerar como reliquia del futuro beato una pequeña ampolla de sangre.
La reliquia que será expuesta a la veneración de los fieles, en ocasión de la beatificación del Papa Juan Pablo II, es una pequeña ampolla de sangre, insertada en el precioso relicario que la Oficina de las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice ha hecho preparar para este momento solemne y entrañable, según sostiene un comunicado de la Oficina.
El texto explica que el personal médico a cargo del cuidado del Papa en sus últimos días realizó extracciones de sangre para ponerla a disposición del Centro de Transfusiones del Hospital Bambino Gesú –a cargo del servicio médico papal-, en vista de una eventual transfusión.
Según detalla Radio Vaticana, sin embargo, no se realizó ninguna transfusión y la sangre extraída quedó conservada en cuatro pequeños contenedores. Dos de los cuales quedaron a disposición del secretario particular del Papa Juan Pablo II, cardenal Dziwisz, y los otros dos han permanecido en el citado hospital, devotamente custodiados por las religiosas de este centro. Precisamente éstos son los que han sido colocados en dos relicarios.
Uno será presentado a la veneración de los fieles, en ocasión de la ceremonia de Beatificación, del uno de mayo, y luego se conservará en el Sacrario, a cargo de la Oficina de las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice, junto con otras importantes reliquias. El segundo se volverá a entregar al hospital pediátrico romano Bambino Gesú, cuyas religiosas, como se ha dicho, habían custodiado esta preciosa reliquia en estos años. La sangre se encuentra en estado líquido, circunstancia que se explica por la presencia de una sustancia anticoagulante, presente en las probetas en el momento de la extracción.



lunes, 25 de abril de 2011

Que noticia de resurrección de Cristo resuene en el mundo y la Iglesia, dice el Papa

Al presidir este lunes el rezo del Regina Caeli, que durante el tiempo de Pascua reemplaza al Ángelus, el Papa Benedicto XVI exhortó a que "no deje de resonar en el mundo y en la Iglesia la alegre noticia de la resurrección de Jesucristo de entre los muertos".
Desde la residencia pontificia de Castel Gandolfo adonde llegó para un breve periodo de reposo, el Santo Padre dijo, en el llamado "Lunes del Ángel", primero después del Domingo de Resurrección, que "la resurrección del Señor marca la renovación de nuestra condición humana".
"Cristo ha vencido a la muerte, causada por nuestro pecado, y nos lleva a la vida inmortal. De ese evento surge la entera vida de la Iglesia y la existencia misma de los cristianos".
Al referirse luego al saludo entre los primeros cristianos en la Pascua "¡Cristo ha resucitado, en verdad ha resucitado!", el Papa dijo que constituye "una profesión de fe y un compromiso para la vida" como muestra el ejemplo de las mujeres de las que habla en Evangelio de San Mateo y que anunciaron al Señor tras saber que había resucitado.
Luego de recordar las palabras del siervo de Dios Pablo VI quien decía que todos en la Iglesia tienen, como las mujeres, la misión de evangelizar, Benedicto XVI explicó que la forma de encontrar al Señor y ser cada vez un mejor testimonio está en la oración.
El cristiano, dijo, "debe aprender a dirigir constantemente la mirada de la mente y el corazón hacia la altura de Dios, donde está Cristo resucitado. En la oración, en la adoración, Dios encuentra al hombre".
"Solo si sabemos dirigirnos a Dios, orarLe, podremos descubrir el significado más profundo de nuestra vida, y el camino cotidiano es ilumina por la luz del Resucitado", concluyó.
En su saludo en español, el Papa dijo que "que no deje de resonar en el mundo y en la Iglesia la alegre noticia de la resurrección de Jesucristo de entre los muertos".
"Que la paz, que nace del triunfo del Señor sobre el pecado, se extienda por toda la tierra, en particular por aquellas regiones que más la necesitan. Que la claridad victoriosa de su semblante ilumine vuestras vidas, vuestras familias y vuestras ciudades, y fortalezca también vuestros corazones con la esperanza de la salvación que Cristo nos ha ganado con su pasión gloriosa. Feliz Pascua a todos", finalizó.



En mensaje de Pascua, el Papa llama a los católicos a "caminar y cantar" junto a Jesús

En un emotivo mensaje "Urbi et Orbi" con ocasión del Domingo de Resurrección, el Papa Benedicto XVI pidió por la paz en el Medio Oriente y las naciones de África afectadas por la violencia, por las víctimas del terremoto en Japón, por los cristianos perseguidos en el mundo, y recordó a los católicos que gracias a la victoria de Jesucristo sobre la muerte,"cantamos y caminamos, con la mirada puesta en el Cielo, fieles a nuestro compromiso en este mundo".
A continuación el texto íntegro del mensaje del Papa Benedicto XVI
In resurrectione tua, Christe, coeli et terra laetentur. En tu resurrección, Señor, se alegren los cielos y la tierra (Lit. Hor.)
Queridos hermanos y hermanas de Roma y de todo el mundo:
La mañana de Pascua nos ha traído el anuncio antiguo y siempre nuevo: ¡Cristo ha resucitado! El eco de este acontecimiento, que surgió en Jerusalén hace veinte siglos, continúa resonando en la Iglesia, que lleva en el corazón la fe vibrante de María, la Madre de Jesús, la fe de la Magdalena y las otras mujeres que fueron las primeras en ver el sepulcro vacío, la fe de Pedro y de los otros Apóstoles.
Hasta hoy —incluso en nuestra era de comunicaciones supertecnológicas— la fe de los cristianos se basa en aquel anuncio, en el testimonio de aquellas hermanas y hermanos que vieron primero la losa removida y el sepulcro vacío, después a los mensajeros misteriosos que atestiguaban que Jesús, el Crucificado, había resucitado; y luego, a Él mismo, el Maestro y Señor, vivo y tangible, que se aparece a María Magdalena, a los dos discípulos de Emaús y, finalmente, a los once reunidos en el Cenáculo (cf. Mc 16,9-14).
La resurrección de Cristo no es fruto de una especulación, de una experiencia mística. Es un acontecimiento que sobrepasa ciertamente la historia, pero que sucede en un momento preciso de la historia dejando en ella una huella indeleble. La luz que deslumbró a los guardias encargados de vigilar el sepulcro de Jesús ha atravesado el tiempo y el espacio. Es una luz diferente, divina, que ha roto las tinieblas de la muerte y ha traído al mundo el esplendor de Dios, el esplendor de la Verdad y del Bien.
Así como en primavera los rayos del sol hacen brotar y abrir las yemas en las ramas de los árboles, así también la irradiación que surge de la resurrección de Cristo da fuerza y significado a toda esperanza humana, a toda expectativa, deseo, proyecto. Por eso, todo el universo se alegra hoy, al estar incluido en la primavera de la humanidad, que se hace intérprete del callado himno de alabanza de la creación. El aleluya pascual, que resuena en la Iglesia peregrina en el mundo, expresa la exultación silenciosa del universo y, sobre todo, el anhelo de toda alma humana sinceramente abierta a Dios, más aún, agradecida por su infinita bondad, belleza y verdad.
«En tu resurrección, Señor, se alegren los cielos y la tierra». A esta invitación de alabanza que sube hoy del corazón de la Iglesia, los «cielos» responden al completo: La multitud de los ángeles, de los santos y beatos se suman unánimes a nuestro júbilo. En el cielo, todo es paz y regocijo. Pero en la tierra, lamentablemente, no es así. Aquí, en nuestro mundo, el aleluya pascual contrasta todavía con los lamentos y el clamor que provienen de tantas situaciones dolorosas: miseria, hambre, enfermedades, guerras, violencias. Y, sin embargo, Cristo ha muerto y resucitado precisamente por esto. Ha muerto a causa de nuestros pecados de hoy, y ha resucitado también para redimir nuestra historia de hoy. Por eso, mi mensaje quiere llegar a todos y, como anuncio profético, especialmente a los pueblos y las comunidades que están sufriendo un tiempo de pasión, para que Cristo resucitado les abra el camino de la libertad, la justicia y la paz.
Que pueda alegrarse la Tierra que fue la primera a quedar inundada por la luz del Resucitado. Que el fulgor de Cristo llegue también a los pueblos de Oriente Medio, para que la luz de la paz y de la dignidad humana venza a las tinieblas de la división, del odio y la violencia. Que, en Libia, la diplomacia y el diálogo ocupen el lugar de las armas y, en la actual situación de conflicto, se favorezca el acceso a las ayudas humanitarias a cuantos sufren las consecuencias de la contienda. Que, en los Países de África septentrional y de Oriente Medio, todos los ciudadanos, y particularmente los jóvenes, se esfuercen en promover el bien común y construir una sociedad en la que la pobreza sea derrotada y toda decisión política se inspire en el respeto a la persona humana. Que llegue la solidaridad de todos a los numerosos prófugos y refugiados que provienen de diversos países africanos y se han viso obligados a dejar sus afectos más entrañables; que los hombres de buena voluntad se vean iluminados y abran el corazón a la acogida, para que, de manera solidaria y concertada se puedan aliviar las necesidades urgentes de tantos hermanos; y que a todos los que prodigan sus esfuerzos generosos y dan testimonio en este sentido, llegue nuestro aliento y gratitud.
Que se recomponga la convivencia civil entre las poblaciones de Costa de Marfil, donde urge emprender un camino de reconciliación y perdón para curar las profundas heridas provocadas por las recientes violencias. Y que Japón, en estos momentos en que afronta las dramáticas consecuencias del reciente terremoto, encuentre alivio y esperanza, y lo encuentren también aquellos países que en los últimos meses han sido probados por calamidades naturales que han sembrado dolor y angustia.
Se alegren los cielos y la tierra por el testimonio de quienes sufren contrariedades, e incluso persecuciones a causa de la propia fe en el Señor Jesús. Que el anuncio de su resurrección victoriosa les infunda valor y confianza.
Queridos hermanos y hermanas. Cristo resucitado camina delante de nosotros hacia los cielos nuevos y la tierra nueva (cf. Ap 21,1), en la que finalmente viviremos como una sola familia, hijos del mismo Padre. Él está con nosotros hasta el fin de los tiempos. Vayamos tras Él en este mundo lacerado, cantando el Aleluya. En nuestro corazón hay alegría y dolor; en nuestro rostro, sonrisas y lágrimas. Así es nuestra realidad terrena. Pero Cristo ha resucitado, está vivo y camina con nosotros. Por eso cantamos y caminamos, con la mirada puesta en el Cielo, fieles a nuestro compromiso en este mundo.
Feliz Pascua a todos.



VIGILIA PASCUAL: Benedicto XVI: La Pascua nos pone del lado de la razón, la libertad y el amor

Al presidir este sábado a las 9:00 p.m. -hora de Roma- la Vigilia Pascual en la Basílica de San Pedro, el Papa Benedicto XVI recordó que gracias a la Pascua del Señor, "la vida sigue siendo buena"; "por eso podemos y debemos ponernos de parte de la razón, de la libertad y del amor; de parte de Dios que nos ama tanto que ha sufrido por nosotros, para que de su muerte surgiera una vida nueva, definitiva, saludable".
A continuación la homilía íntegra del Papa Benedicto XVI
Queridos hermanos y hermanas:
Dos grandes signos caracterizan la celebración litúrgica de la Vigilia pascual. En primer lugar, el fuego que se hace luz. La luz del cirio pascual, que en la procesión a través de la iglesia envuelta en la oscuridad de la noche se propaga en una multitud de luces, nos habla de Cristo como verdadero lucero matutino, que no conoce ocaso, nos habla del Resucitado en el que la luz ha vencido a las tinieblas. El segundo signo es el agua. Nos recuerda, por una parte, las aguas del Mar Rojo, la profundidad y la muerte, el misterio de la Cruz. Pero se presenta después como agua de manantial, como elemento que da vida en la aridez. Se hace así imagen del Sacramento del Bautismo, que nos hace partícipes de la muerte y resurrección de Jesucristo.
Sin embargo, no sólo forman parte de la liturgia de la Vigilia Pascual los grandes signos de la creación, como la luz y el agua. Característica esencial de la Vigilia es también el que ésta nos conduce a un encuentro profundo con la palabra de la Sagrada Escritura. Antes de la reforma litúrgica había doce lecturas veterotestamentarias y dos neotestamentarias. Las del Nuevo Testamento han permanecido. El número de las lecturas del Antiguo Testamento se ha fijado en siete, pero, de según las circunstancias locales, pueden reducirse a tres. La Iglesia quiere llevarnos, a través de una gran visión panorámica por el camino de la historia de la salvación, desde la creación, pasando por la elección y la liberación de Israel, hasta el testimonio de los profetas, con el que toda esta historia se orienta cada vez más claramente hacia Jesucristo. En la tradición litúrgica, todas estas lecturas eran llamadas profecías. Aun cuando no son directamente anuncios de acontecimientos futuros, tienen un carácter profético, nos muestran el fundamento íntimo y la orientación de la historia. Permiten que la creación y la historia transparenten lo esencial. Así, nos toman de la mano y nos conducen hacía Cristo, nos muestran la verdadera Luz.
En la Vigilia Pascual, el camino a través de los sendas de la Sagrada Escritura comienzan con el relato de la creación. De esta manera, la liturgia nos indica que también el relato de la creación es una profecía. No es una información sobre el desarrollo exterior del devenir del cosmos y del hombre. Los Padres de la Iglesia eran bien concientes de ello. No entendian dicho relato como una narración del desarrollo del origen de las cosas, sino como una referencia a lo esencial, al verdadero principio y fin de nuestro ser. Podemos preguntarnos ahora: Pero, ¿es verdaderamente importante en la Vigilia Pascual hablar también de la creación? ¿No se podría empezar por los acontecimientos en los que Dios llama al hombre, forma un pueblo y crea su historia con los hombres sobre la tierra? La respuesta debe ser: no. Omitir la creación significaría malinterpretar la historia misma de Dios con los hombres, disminuirla, no ver su verdadero orden de grandeza. La historia que Dios ha fundado abarca incluso los orígenes, hasta la creación. Nuestra profesión de fe comienza con estas palabras: "Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra". Si omitimos este comienzo del Credo, toda la historia de la salvación queda demasiado reducida y estrecha. La Iglesia no es una asociación cualquiera que se ocupa de las necesidades religiosas de los hombres y, por eso mismo, no limita su cometido sólo a dicha asociación. No, ella conduce al hombre al encuentro con Dios y, por tanto, con el principio de todas las cosas. Dios se nos muestra como Creador, y por esto tenemos una responsabilidad con la creación. Nuestra responsabilidad llega hasta la creación, porque ésta proviene del Creador. Puesto que Dios ha creado todo, puede darnos vida y guiar nuestra vida. La vida en la fe de la Iglesia no abraza solamente un ámbito de sensaciones o sentimientos o quizás de obligaciones morales. Abraza al hombre en su totalidad, desde su principio y en la perspectiva de la eternidad. Puesto que la creación pertenece a Dios, podemos confiar plenamente en Él. Y porque Él es Creador, puede darnos la vida eterna. La alegría por la creación, la gratitud por la creación y la responsabilidad respecto a ella van juntas.
El mensaje central del relato de la creación se puede precisar todavía más. San Juan, en las primeras palabras de su Evangelio, ha sintetizado el significado esencial de dicho relato con una sola frase: "En el principio existía el Verbo". En efecto, el relato de la creación que hemos escuchado antes se caracteriza por la expresión que aparece con frecuencia: "Dijo Dios". El mundo es un producto de la Palabra, del Logos, como dice Juan utilizando un vocablo central de la lengua griega. "Logos" significa "razón", "sentido", "palabra". No es solamente razón, sino Razón creadora que habla y se comunica a sí misma. Razón que es sentido y ella misma crea sentido. El relato de la creación nos dice, por tanto, que el mundo es un producto de la Razón creadora. Y con eso nos dice que en el origen de todas las cosas estaba no lo que carece de razón o libertad, sino que el principio de todas las cosas es la Razón creadora, es el amor, es la libertad. Nos encontramos aquí frente a la alternativa última que está en juego en la discusión entre fe e incredulidad: ¿Es la irracionalidad, la falta de libertad y la casualidad el principio de todo, o el principio del ser es más bien razón, libertad, amor? ¿Corresponde el primado a la irracionalidad o a la razón? En último término, ésta es la pregunta crucial. Como creyentes respondemos con el relato de la creación y con Juan: en el origen está la razón. En el origen está la libertad. Por esto es bueno ser una persona humana. No es que en el universo en expansión, al final, en un pequeño ángulo cualquiera del cosmos se formara por casualidad una especie de ser viviente, capaz de razonar y de tratar de encontrar en la creación una razón o dársela. Si el hombre fuese solamente un producto casual de la evolución en algún lugar al margen del universo, su vida estaría privada de sentido o sería incluso una molestia de la naturaleza. Pero no es así: la Razón estaba en el principio, la Razón creadora, divina. Y puesto que es Razón, ha creado también la libertad; y como de la libertad se puede hacer un uso inadecuado, existe también aquello que es contrario a la creación. Por eso, una gruesa línea oscura se extiende, por decirlo así, a través de la estructura del universo y a través de la naturaleza humana. Pero no obstante esta contradicción, la creación como tal sigue siendo buena, la vida sigue siendo buena, porque en el origen está la Razón buena, el amor creador de Dios. Por eso el mundo puede ser salvado. Por eso podemos y debemos ponernos de parte de la razón, de la libertad y del amor; de parte de Dios que nos ama tanto que ha sufrido por nosotros, para que de su muerte surgiera una vida nueva, definitiva, saludable.
El relato veterotestamentario de la creación, que hemos escuchado, indica claramente este orden de la realidad. Pero nos permite dar un paso más. Ha estructurado el proceso de la creación en el marco de una semana que se dirige hacia el Sábado, encontrando en él su plenitud. Para Israel, el Sábado era el día en que todos podían participar del reposo de Dios, en que los hombres y animales, amos y esclavos, grandes y pequeños se unían a la libertad de Dios. Así, el Sábado era expresión de la alianza entre Dios y el hombre y la creación. De este modo, la comunión entre Dios y el hombre no aparece como algo añadido, instaurado posteriormente en un mundo cuya creación ya había terminado. La alianza, la comunión entre Dios y el hombre, está ya prefigurada en lo más profundo de la creación. Sí, la alianza es la razón intrínseca de la creación así como la creación es el presupuesto exterior de la alianza. Dios ha hecho el mundo para que exista un lugar donde pueda comunicar su amor y desde el que la respuesta de amor regrese a Él. Ante Dios, el corazón del hombre que le responde es más grande y más importante que todo el inmenso cosmos material, el cual nos deja, ciertamente, vislumbrar algo de la grandeza de Dios.
En Pascua, y partiendo de la experiencia pascual de los cristianos, debemos dar aún un paso más. El Sábado es el séptimo día de la semana. Después de seis días, en los que el hombre participa en cierto modo del trabajo de la creación de Dios, el Sábado es el día del descanso. Pero en la Iglesia naciente sucedió algo inaudito: El Sábado, el séptimo día, es sustituido ahora por el primer día. Como día de la asamblea litúrgica, es el día del encuentro con Dios mediante Jesucristo, el cual en el primer día, el Domingo, se encontró con los suyos como Resucitado, después de que hallaran vacío el sepulcro. La estructura de la semana se ha invertido. Ya no se dirige hacia el séptimo día, para participar en él del reposo de Dios. Inicia con el primer día como día del encuentro con el Resucitado. Este encuentro ocurre siempre nuevamente en la celebración de la Eucaristía, donde el Señor se presenta de nuevo en medio de los suyos y se les entrega, se deja, por así decir, tocar por ellos, se sienta a la mesa con ellos. Este cambio es un hecho extraordinario, si se considera que el Sábado, el séptimo día como día del encuentro con Dios, está profundamente enraizado en el Antiguo Testamento. El dramatismo de dicho cambio resulta aún más claro si tenemos presente hasta qué punto el proceso del trabajo hacia el día de descanso se corresponde también con una lógica natural. Este proceso revolucionario, que se ha verificado inmediatamente al comienzo del desarrollo de la Iglesia, sólo se explica por el hecho de que en dicho día había sucedido algo inaudito. El primer día de la semana era el tercer día después de la muerte de Jesús. Era el día en que Él se había mostrado a los suyos como el Resucitado. Este encuentro, en efecto, tenía en sí algo de extraordinario. El mundo había cambiado. Aquel que había muerto vivía de una vida que ya no estaba amenazada por muerte alguna. Se había inaugurado una nueva forma de vida, una nueva dimensión de la creación. El primer día, según el relato del Génesis, es el día en que comienza la creación. Ahora, se ha convertido de un modo nuevo en el día de la creación, se ha convertido en el día de la nueva creación. Nosotros celebramos el primer día. Con ello celebramos a Dios, el Creador, y a su creación. Sí, creo en Dios, Creador del cielo y de la tierra. Y celebramos al Dios que se ha hecho hombre, que padeció, murió, fue sepultado y resucitó. Celebramos la victoria definitiva del Creador y de su creación. Celebramos este día como origen y, al mismo tiempo, como meta de nuestra vida. Lo celebramos porque ahora, gracias al Resucitado, se manifiesta definitivamente que la razón es más fuerte que la irracionalidad, la verdad más fuerte que la mentira, el amor más fuerte que la muerte. Celebramos el primer día, porque sabemos que la línea oscura que atraviesa la creación no permanece para siempre. Lo celebramos porque sabemos que ahora vale definitivamente lo que se dice al final del relato de la creación: "Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno" (Gen 1, 31). Amén



VIERNES SANTO: El Papa durante el Via Crucis: "Dios lee en el libro abierto de nuestro frágil corazón"

Durante una emotiva oración inicial al inicio del Via Crucis celebrado este Viernes Santo en el Coliseo Romano, el Papa Benedicto XVI recordó que en "esta hora de la oscuridad" para la Iglesia y la humanidad, Dios lee "en el libro abierto de nuestro frágil corazón"
Las meditaciones del Via Crucis de este año fueron confiadas a la religiosa contemplativa Maria Rita Piccione, O.S.A., Presidente de la Federación de Nuestra Señora del Buen Consejo de Agustinas Contemplativas de Italia. La Hermana Maria Rita pertenece al yermo agustino de Lecceto, cerca de Siena (Italia), uno de los conventos de la Toscana italiana que se remonta al siglo XIII y es cuna de la Orden de San Agustín.



En programa de TV sin precedentes, el Papa responde sobre el dolor, la muerte y las persecuciones

El Papa Benedicto XVI hizo historia este Viernes Santo al aparecer por primera vez en un programa televisivo -el show "A Su Imagen", que se transmite en la estación italiana RAI1- y responder a siete preguntas pre grabadas venidas de todo el mundo y referidas al miedo, el dolor, el estado de coma, la persecución de cristianos, la resurrección y la Virgen María.
El íntegro de las respuestas del Papa Benedicto a continuación.
P: Santo Padre, quiero agradecerle su presencia que nos llena de alegría y nos ayuda a recordar que hoy es el día en que Jesús demuestra Su amor en el modo más radical, muriendo en la cruz como inocente. Precisamente sobre el tema del dolor inocente es la primera pregunta que viene de una niña japonesa de siete años, que le dice: me llamo Elena, soy japonesa y tengo siete años. Tengo mucho miedo porque la casa en la que me sentía segura ha temblado muchísimo, y porque muchos niños de mi edad han muerto. No puedo ir a jugar al parque. Quiero preguntarle: ¿por qué tengo que pasar tanto miedo? ¿por qué los niños tienen que sufrir tanta tristeza? Le pido al Papa, que habla con Dios, que me lo explique.
R: Querida Elena, te saludo con todo el corazón. También yo me pregunto: ¿por qué es así ¿por qué vosotros tenéis que sufrir tanto, mientras otros viven cómodamente? Y no tenemos respuesta, pero sabemos que Jesús ha sufrido como vosotros, inocentes, que Dios verdadero se muestra en Jesús, está a vuestro lado. Esto me parece muy importante, a pesar de que no tenemos respuestas, si la tristeza sigue: Dios está a vuestro lado, y tenéis que estar seguros de que esto os ayudará. Y un día podremos comprender por qué ha sucedido esto. En este momento me parece importante que sepáis que Dios me ama, aunque parezca que no me conoce. No, me ama, está a mi lado, y tenéis que estar seguros de que en el mundo, en el universo, hay tantas personas que están a vuestro lado, que piensan en vosotros, que hacen todo lo que pueden por vosotros, para ayudaros. Y ser conscientes de que, un día, yo comprenderé que este sufrimiento no era una cosa vacía, no era inútil, sino que detrás del sufrimiento hay un proyecto bueno, un proyecto de amor. No es una casualidad. Siéntete segura, estamos a tu lado, al lado de todos los niños japoneses que sufren, queremos ayudaros con la oración, con nuestros actos, y debéis estar seguros de que Dios os ayuda. Y de este modo rezamos juntos para que la luz os llegue a vosotros cuanto antes.
P: La segunda pregunta nos pone delante de un calvario, porque se trata de una madre que está junto a la cruz de un hijo. Es italiana, se llama María Teresa y le pregunta: Santidad, el alma de mi hijo, Francesco, en estado vegetativo desde el día de Pascua del 2009, ¿ha abandonado su cuerpo, visto que está totalmente inconsciente, o está todavía en él?
R: Ciertamente el alma está todavía presente en el cuerpo. La situación es un poco como la de una guitarra que tiene las cuerdas rotas y que no se puede tocar. Así también el instrumento del cuerpo es frágil, vulnerable, y el alma no puede tocar, por decirlo en algún modo, pero sigue presente. Estoy también seguro de que esta alma escondida siente en profundidad vuestro amor, a pesar de que no comprende los detalles, las palabras, etc., pero siente la presencia del amor. Y por esto esta presencia vuestra, queridos padres, querida mamá, junto a él, horas y horas cada día, es un verdadero acto de amor muy valioso, porque esta presencia entra en la profundidad de esta alma escondida y vuestro acto es un testimonio de fe en Dios, de fe en el hombre, de fe, digamos de compromiso a favor de la vida, de respeto por la vida humana, incluso en las situaciones más trágicas. Por esto os animo a proseguir, sabiendo que hacéis un gran servicio a la humanidad con este signo de confianza, con este signo de respeto de la vida, con este amor por un cuerpo lacerado, un alma que sufre.
P: La tercera pregunta nos lleva a Irak, entre los jóvenes de Bagdad, cristianos perseguidos que le envían esta pregunta: Saludamos al Santo padre desde Irak –dicen-. Nosotros, cristianos de Bagdad somos perseguidos como Jesús. Santo Padre, ¿en qué modo podemos ayudar a nuestra comunidad cristiana para que reconsideren el deseo de emigrar a otros países, convenciéndoles de que marcharse no es la única solución?
R: Quisiera en primer lugar saludar con todo el corazón a todos los cristianos de Irak, nuestros hermanos, y tengo que decir que rezo cada día por los cristianos de Irak. Son nuestros hermanos que sufren, como también en otras tierras del mundo, y por esto los siento especialmente cercanos a mi corazón y, en la medida de nuestras posibilidades, tenemos que hacer todo lo posible para que puedan resistir a la tentación de emigrar, que –en las condiciones en las que viven- resulta muy comprensible. Diría que es importante que estemos cerca de vosotros, queridos hermanos de Irak, que queramos ayudaros y cuando vengáis, recibiros realmente como hermanos. Y naturalmente, las instituciones, todos los que tienen una posibilidad de hacer algo por Irak, deben hacerlo. La Santa Sede está en permanente contacto con las distintas comunidades, no solo con las comunidades católicas, sino también con las demás comunidades cristianas, con los hermanos musulmanes, sean chiítas o sunitas. Y queremos hacer un trabajo de reconciliación, de comprensión, también con el gobierno, ayudarle en este difícil camino de recomponer una sociedad desgarrada. Porque este es el problema, que la sociedad está profundamente dividida, lacerada, ya no tienen esta conciencia: Nosotros somos en la diversidad, un pueblo con una historia común, en el que cada uno tiene su sitio. Y tienen que reconstruir esta conciencia que, en la diversidad, tienen una historia común, una común determinación. Y nosotros queremos, en diálogo precisamente con los distintos grupos, ayudar al proceso de reconstrucción y animaros a vosotros, queridos hermanos cristianos de Irak, a tener confianza, a tener paciencia, a tener confianza en Dios, a colaborar en este difícil proceso. Tened la seguridad de nuestra oración.
P: La siguiente pregunta es de una mujer musulmana de la Costa de Marfil, un país en guerra desde hace años. Esta señora se llama Bintú y el envía un saludo en árabe que se puede traducir de este modo: Que Dios esté en medio de todas las palabras que nos diremos y que Dios esté contigo. Es una frase que utilizan al empezar un diálogo. Y después prosigue en francés: Querido Santo Padre, aquí en Costa de Marfil hemos vivido siempre en armonía entre cristianos y musulmanes. A menudo las familias están formadas por miembros de ambas religiones; existe también una diversidad de etnias, pero nunca hemos tenido problemas. Ahora todo ha cambiado: la crisis que vivimos, causada por la política, esta sembrando divisiones. ¡Cuántos inocentes han perdido la vida! ¡Cuántos prófugos, cuántas madres y cuántos niños traumatizados! Los mensajeros han exhortado a la paz, los profetas han exhortado a la paz. Jesús es un hombre de paz. Usted, en cuanto embajador de Jesús, ¿qué aconsejaría a nuestro país?
R: Quiero contestar al saludo: que Dios esté también contigo, y siempre te ayude. Y tengo que decir que he recibido cartas desgarradoras de la Costa de Marfil, donde veo toda la tristeza, la profundidad del sufrimiento, y me quedo triste porque podemos hacer tan poco. Siempre podemos hacer una cosa: orar con vosotros, y en la medida de lo posible, hacer obras de caridad, y sobre todo queremos colaborar, según nuestras posibilidades, en los contactos políticos, humanos. He encargado al cardenal Tuckson, que es presidente de nuestro Consejo de Justicia y Paz, que vaya a Costa de Marfil e intente mediar, hablar con los diversos grupos, con las distintas personas, para facilitar un nuevo comienzo. Y sobre todo queremos hacer oír la voz de Jesús, en el que Vd. también cree como profeta. El era siempre el hombre de la paz. Se podía pensar que, cuando Dios vino a la tierra, lo haría como un hombre de gran fuerza, que destruiría las potencias adversarias, que sería un hombre de una fuerte violencia como instrumento de paz. Nada de esto: vino débil, vino solo con la fuerza del amor, totalmente sin violencia hasta ir a la cruz. Y esto nos muestra el verdadero rostro de Dios, y que la violencia no viene nunca de Dios, nunca ayuda a producir cosas buenas, sino que es un medio destructivo y no es el camino para salir de las dificultades. Es una fuerte voz contra todo tipo de violencia. Invito fuertemente a todas las partes a renunciar a la violencia, a buscar las vías de la paz. Para la recomposición de vuestro pueblo no podéis usar medios violentos, aunque penséis tener razón. La única vía es la renuncia a la violencia, recomenzar el diálogo, los intentos de encontrar juntos la paz, una nueva atención de los unos hacia los otros, la nueva disponibilidad a abrirse el uno al otro. Y este, querida señora, es el verdadero mensaje de Jesús: buscad la paz con los medios de la paz y abandonad la violencia. Rezamos por vosotros para que todos los componentes de vuestra sociedad sientan esta voz de Jesús y así vuelva la paz y la comunión.
P: Santo Padre, la próxima pregunta es sobre el tema de la muerte y la resurrección de Jesús y llega desde Italia. Se la leo: Santidad: ¿Que hizo Jesús en el lapso de tiempo entre la muerte y la resurrección? Y, ya que en el Credo se dice que Jesús después de la muerte descendió a los infiernos: ¿Podemos pensar que es algo que nos pasará también a nosotros, después de la muerte, antes de ascender al Cielo?
R: En primer lugar, este descenso del alma de Jesús no debe imaginarse como un viaje geográfico, local, de un continente a otro. Es un viaje del alma. Hay que tener en cuenta que siempre el alma de Jesús siempre toca al Padre, está siempre en contacto con el Padre, pero al mismo tiempo, este alma humana se extiende hasta los últimos confines del ser humano. En este sentido baja a las profundidades, va hacia los perdidos, se dirige a todos aquellos que no han alcanzado la meta de sus vidas, y trasciende así los continentes del pasado. Esta palabra del descenso del Señor a los infiernos significa, sobre todo, que Jesús alcanza también el pasado, que la eficacia de la redención no comienza en el año cero o en el año treinta, sino que llega al pasado, abarca el pasado, a todas las personas de todos los tiempos. Dicen los Padres, con una imagen muy hermosa, que Jesús toma de la mano a Adán y Eva, es decir a la humanidad, y la encamina hacia adelante, hacia las alturas. Y así crea el acceso a Dios, porque el hombre, por sí mismo, no puede elevarse a la altura de Dios. Jesús mismo, siendo un hombre, tomando de las mano al hombre, abre el acceso. ¿Qué acceso? La realidad que llamamos cielo. Así, este descenso a los infiernos, es decir, en las profundidades del ser humano, en las profundidades del pasado de la humanidad, es una parte esencial de la misión de Jesús, de su misión de Redentor y no se aplica a nosotros. Nuestra vida es diferente, el Señor ya nos ha redimido y nos presentamos al Juez, después de nuestra muerte, bajo la mirada de Jesús, y esta mirada en parte será purificadora: creo que todos nosotros, en mayor o menor medida, necesitaremos ser purificados. La mirada de Jesús nos purifica y además nos hace capaces de vivir con Dios, de vivir con los santos, sobre todo de vivir en comunión con nuestros seres queridos que nos han precedido.
P: También la siguiente pregunta es sobre el tema de la resurrección y viene de Italia: Santidad, cuando las mujeres llegan al sepulcro, el domingo después de la muerte de Jesús, no reconocen al Maestro, lo confunden con otro. Lo mismo les pasa a los Apóstoles: Jesús tiene que enseñarles las heridas, partir el pan para que le reconozcan precisamente por sus gestos. El suyo es un cuerpo real de carne y hueso, pero también un cuerpo glorioso. El hecho de que su cuerpo resucitado no tenga las mismas características que antes, ¿qué significa? ¿Y qué significa, exactamente, cuerpo glorioso? ¿Y la resurrección, será también así para nosotros? "
R: Naturalmente, no podemos definir el cuerpo glorioso porqué está más allá de nuestra experiencia. Sólo podemos interpretar algunos de los signos que Jesús nos dio para entender, al menos un poco, hacia dónde apunta esta realidad. El primer signo: el sepulcro está vacío. Es decir, Jesús no abandonó su cuerpo a la corrupción, nos ha enseñado que también la materia está destinada a la eternidad, que resucitó realmente, que no ha quedado perdido. Jesús asumió también la materia, por lo que la materia está también destinada a la eternidad. Pero asumió esta materia en una nueva forma de vida, este es el segundo punto: Jesús no muere más, es decir: está más allá de las leyes de la biología, de la física, porque los sometidos a ellas mueren. Por lo tanto hay una condición nueva, diversa, que no conocemos, pero que se revela en lo sucedido a Jesús, y esa es la gran promesa para todos nosotros de que hay un mundo nuevo, una nueva vida, hacia la que estamos encaminados. Y, estando ya en esa condición, para Jesús es posible que los otros lo toquen, puede dar la mano a sus amigos y comer con ellos, pero, sin embargo está más allá de las condiciones de la vida biológica, como la que nosotros vivimos. Y sabemos que, por una parte, es un hombre real, no un fantasma, vive una vida real, pero es una vida nueva que ya no está sujeta a la muerte y esa es nuestra gran promesa. Es importante entender esto, al menos por lo que se pueda, con el ejemplo de la Eucaristía: en la Eucaristía, el Señor nos da su cuerpo glorioso, no nos da carne para comer en sentido biológico; se nos da Él mismo; lo nuevo que es Él , entra en nuestro ser hombres y mujeres, en el nuestro, en mi ser persona, como persona y llega a nosotros con su ser, de modo que podemos dejarnos penetrar por su presencia, transformarnos en su presencia. Es un punto importante, porque así ya estamos en contacto con esta nueva vida, este nuevo tipo de vida, ya que Él ha entrado en mí, y yo he salido de mí y me extiendo hacia una nueva dimensión de vida. Pienso que este aspecto de la promesa, de la realidad que Él se entrega a mí y me hace salir de mí mismo, me eleva, sea la cuestión más importante: no se trata de descifrar cosas que no podemos entender sino de encaminarnos hacia la novedad que comienza, siempre, de nuevo ,en la Eucaristía.
P: Santo Padre, la última pregunta es acerca de María. A los pies de la cruz, hay un conmovedor diálogo entre Jesús, su madre y Juan, en el que Jesús dice a María: He aquí a tu hijo y a Juan : He aquí a tu madre. En su último libro, "Jesús de Nazaret", lo define como una disposición final de Jesús. ¿Cómo debemos entender estas palabras? ¿Qué significado tenían en aquel momento y que significado tienen hoy en día? Y ya que estamos en tema de confiar. ¿ Piensa renovar una consagración a la Virgen en el inicio de este nuevo milenio?
R: Estas palabras de Jesús son ante todo un acto muy humano. Vemos a Jesús como un hombre verdadero que lleva a cabo un gesto de verdadero hombre: un acto de amor por su madre confiándola al joven Juan para que esté segura. En aquella época en Oriente una mujer sola se encontraba en una situación imposible. Confía su madre a este joven y a él le confía su madre. Jesús realmente actúa como un hombre con un sentimiento profundamente humano. Me parece muy hermoso, muy importante que antes de cualquier teología veamos aquí la verdadera humanidad, el verdadero humanismo de Jesús. Pero por supuesto este gesto tiene varias dimensiones, no atañe solo a ese momento: concierne a toda la historia. En Juan, Jesús confía a todos nosotros, a toda la Iglesia, a todos los futuros discípulos a su madre y su madre a nosotros. Y esto se ha cumplido a lo largo de la historia: la humanidad y los cristianos han entendido cada vez más que la madre de Jesús es su madre. Y cada vez más personas se han confiado a su Madre: basta pensar en los grandes santuarios, en esta devoción a María, donde cada vez más la gente siente: Esta es la Madre." E incluso algunos que casi tienen dificultad para llegar a Jesús en su grandeza del Hijo de Dios, se confían a la Madre sin dificultad. Algunos dicen: Pero eso no tiene fundamento bíblico. Aquí me gustaría responder con San Gregorio Magno: A medida que se lee - dice - crecen las palabras de la Escritura." Es decir, se desarrollan en la realidad, crecen , y cada vez más en la historia se difunde esta Palabra. Todos podemos estar agradecidos porque la Madre es una realidad, a todos nos han dado una madre. Y podemos dirigirnos con mucha confianza a esta madre, que para cada cristiano es su Madre. Por otro lado la Madre es también expresión de la Iglesia. No podemos ser cristianos solos, con un cristianismo construido según mis ideas. La Madre es imagen de la Iglesia, de la Madre Iglesia y confiándonos a María, también tenemos que confiarnos a la Iglesia, vivir la Iglesia, ser Iglesia con María. Llego ahora al tema de la consagración: los papas - Pío XII, Pablo VI y Juan Pablo II - hicieron un gran acto de consagración a la Virgen María y creo que , como gesto ante la humanidad, ante María misma, fue muy importante. Yo creo que ahora sea importante interiorizar ese acto, dejar que nos penetre, para realizarlo en nosotros mismos. Por eso he visitado algunos de los grandes santuarios marianos del mundo: Lourdes, Fátima, Czestochowa, Altötting , siempre con el fin de hacer concreto, de interiorizar ese acto de consagración, para que sea realmente un acto nuestro. Creo que el acto grande, público, ya se ha hecho. Tal vez algún día habrá que repetirlo, pero por el momento me parece más importante vivirlo, realizarlo, entrar en esta consagración para hacerla nuestra verdaderamente. Por ejemplo, en Fátima, me di cuenta de cómo los miles de personas presentes eran conscientes de esa consagración, se habían confiado, encarnándola en sí mismos, para sí mismos. Así esa consagración se hace realidad en la Iglesia viva y así crece también la Iglesia. La entrega a María, el que todos nos dejemos penetrar y formar por esa presencia, el entrar en comunión con María, nos hace Iglesia, nos hace, junto con María, realmente esposa de Cristo. De modo que, por ahora, no tengo intención de una nueva consagración pública, pero si quisiera invitar a todos a incorporarse a esa consagración que ya está hecha, para que la vivamos verdaderamente día tras día y crezca así una Iglesia realmente mariana que es Madre y Esposa e Hija de Jesús.



JUEVES SANTO: El Papa durante la Cena del Señor: Jesús está presente en la Iglesia

El Papa Benedicto XVI recordó este Jueves Santo, durante la celebración de la Misa de la Cena del Señor en la Basílica de San Juan de Letrán, que Jesús sigue presente en la Iglesia; al advertir que "todos debemos aprender siempre a aceptar a Dios y a Jesucristo como él es, y no como nos gustaría que fuese. También nosotros tenemos dificultad en aceptar que él se haya unido a las limitaciones de su Iglesia y de sus ministros. Tampoco nosotros queremos aceptar que él no tenga poder en el mundo".
Sigue la homilía completa del Papa Benedicto XVI:
Queridos hermanos y hermanas:
Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer (Lc 22,15).
Con estas palabras, Jesús comenzó la celebración de su última cena y de la institución de la santa Eucaristía. Jesús tuvo grandes deseos de ir al encuentro de aquella hora. Anhelaba en su interior ese momento en el que se iba a dar a los suyos bajo las especies del pan y del vino. Esperaba aquel momento que tendría que ser en cierto modo el de las verdaderas bodas mesiánicas: la transformación de los dones de esta tierra y el llegar a ser uno con los suyos, para transformarlos y comenzar así la transformación del mundo.
En el deseo de Jesús podemos reconocer el deseo de Dios mismo, su amor por los hombres, por su creación, un amor que espera. El amor que aguarda el momento de la unión, el amor que quiere atraer hacia sí a todos los hombres, cumpliendo también así lo que la misma creación espera; en efecto, ella aguarda la manifestación de los hijos de Dios (cf. Rm 8,19). Jesús nos desea, nos espera. Y nosotros, ¿tenemos verdaderamente deseo de él? ¿No sentimos en nuestro interior el impulso de ir a su encuentro? ¿Anhelamos su cercanía, ese ser uno con él, que se nos regala en la Eucaristía? ¿O somos, más bien, indiferentes, distraídos, ocupados totalmente en otras cosas? Por las parábolas de Jesús sobre los banquetes, sabemos que él conoce la realidad de que hay puestos que quedan vacíos, la respuesta negativa, el desinterés por él y su cercanía. Los puestos vacíos en el banquete nupcial del Señor, con o sin excusas, son para nosotros, ya desde hace tiempo, no una parábola sino una realidad actual, precisamente en aquellos países en los que había mostrado su particular cercanía. Jesús también tenía experiencia de aquellos invitados que vendrían, sí, pero sin ir vestidos con el traje de boda, sin alegría por su cercanía, como cumpliendo sólo una costumbre y con una orientación de sus vidas completamente diferente. San Gregorio Magno, en una de sus homilías se preguntaba: ¿Qué tipo de personas son aquellas que vienen sin el traje nupcial? ¿En qué consiste este traje y como se consigue? Su respuesta dice así: Los que han sido llamados y vienen, en cierto modo tienen fe. Es la fe la que les abre la puerta. Pero les falta el traje nupcial del amor. Quien vive la fe sin amor no está preparado para la boda y es arrojado fuera. La comunión eucarística exige la fe, pero la fe requiere el amor, de lo contrario también como fe está muerta.
Sabemos por los cuatro Evangelios que la última cena de Jesús, antes de la Pasión, fue también un lugar de anuncio. Jesús propuso una vez más con insistencia los elementos fundamentales de su mensaje. Palabra y Sacramento, mensaje y don están indisolublemente unidos. Pero durante la Última Cena, Jesús sobre todo oró. Mateo, Marcos y Lucas utilizan dos palabras para describir la oración de Jesús en el momento central de la Cena: «eucharistesas» y «eulogesas» -«agradecer» y «bendecir». El movimiento ascendente del agradecimiento y el descendente de la bendición van juntos. Las palabras de la transustanciación son parte de esta oración de Jesús. Son palabras de plegaria. Jesús transforma su Pasión en oración, en ofrenda al Padre por los hombres. Esta transformación de su sufrimiento en amor posee una fuerza transformadora para los dones, en los que él ahora se da a sí mismo. Él nos los da para que nosotros y el mundo seamos transformados. El objetivo propio y último de la transformación eucarística es nuestra propia transformación en la comunión con Cristo. La Eucaristía apunta al hombre nuevo, al mundo nuevo, tal como éste puede nacer sólo a partir de Dios mediante la obra del Siervo de Dios.
Gracias a Lucas y, sobre todo, a Juan sabemos que Jesús en su oración durante la Última Cena dirigió también peticiones al Padre, súplicas que contienen al mismo tiempo un llamamiento a sus discípulos de entonces y de todos los tiempos. Quisiera en este momento referirme sólo una súplica que, según Juan, Jesús repitió cuatro veces en su oración sacerdotal. ¡Cuánta angustia debió sentir en su interior! Esta oración sigue siendo de continuo su oración al Padre por nosotros: es la plegaria por la unidad. Jesús dice explícitamente que esta súplica vale no sólo para los discípulos que estaban entonces presentes, sino que apunta a todos los que creerán en él (cf. Jn 17, 20). Pide que todos sean uno «como tú, Padre, en mí, y yo en ti, para que el mundo crea» (Jn 17, 21). La unidad de los cristianos sólo se da si los cristianos están íntimamente unidos a él, a Jesús. Fe y amor por Jesús, fe en su ser uno con el Padre y apertura a la unidad con él son esenciales. Esta unidad no es algo solamente interior, místico. Se ha de hacer visible, tan visible que constituya para el mundo la prueba de la misión de Jesús por parte del Padre. Por eso, esa súplica tiene un sentido eucarístico escondido, que Pablo ha resaltado con claridad en la Primera carta a los Corintios: «El pan que partimos, ¿no nos une a todos en el cuerpo de Cristo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan» (1 Co 10, 16s). La Iglesia nace con la Eucaristía. Todos nosotros comemos del mismo pan, recibimos el mismo cuerpo del Señor y eso significa: Él nos abre a cada uno más allá de sí mismo. Él nos hace uno entre todos nosotros. La Eucaristía es el misterio de la íntima cercanía y comunión de cada uno con el Señor. Y, al mismo tiempo, es la unión visible entre todos. La Eucaristía es sacramento de la unidad. Llega hasta el misterio trinitario, y crea así a la vez la unidad visible. Digámoslo de nuevo: ella es el encuentro personalísimo con el Señor y, sin embargo, nunca es un mero acto de devoción individual. La celebramos necesariamente juntos. En cada comunidad está el Señor en su totalidad. Pero es el mismo en todas las comunidades. Por eso, forman parte necesariamente de la Oración eucarística de la Iglesia las palabras: «una cum Papa nostro et cum Episcopo nostro». Esto no es un añadido exterior a lo que sucede interiormente, sino expresión necesaria de la realidad eucarística misma. Y nombramos al Papa y al Obispo por su nombre: la unidad es totalmente concreta, tiene nombres. Así, se hace visible la unidad, se convierte en signo para el mundo y establece para nosotros mismos un criterio concreto.
San Lucas nos ha conservado un elemento concreto de la oración de Jesús por la unidad: «Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos» (Lc 22, 31s). Hoy comprobamos de nuevo con dolor que a Satanás se le ha concedido cribar a los discípulos de manera visible delante de todo el mundo. Y sabemos que Jesús ora por la fe de Pedro y de sus sucesores. Sabemos que Pedro, que va al encuentro del Señor a través de las aguas agitadas de la historia y está en peligro de hundirse, está siempre sostenido por la mano del Señor y es guiado sobre las aguas. Pero después sigue un anuncio y un encargo. «Tú, cuando te hayas convertido»: Todos los seres humanos, excepto María, tienen necesidad de convertirse continuamente. Jesús predice la caída de Pedro y su conversión. ¿De qué ha tenido que convertirse Pedro? Al comienzo de su llamada, asustado por el poder divino del Señor y por su propia miseria, Pedro había dicho: «Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador» (Lc 5, 8). En la presencia del Señor, él reconoce su insuficiencia. Así es llamado precisamente en la humildad de quien se sabe pecador y debe siempre, continuamente, encontrar esta humildad. En Cesarea de Filipo, Pedro no había querido aceptar que Jesús tuviera que sufrir y ser crucificado. Esto no era compatible con su imagen de Dios y del Mesías. En el Cenáculo no quiso aceptar que Jesús le lavase los pies: eso no se ajustaba a su imagen de la dignidad del Maestro. En el Huerto de los Olivos blandió la espada. Quería demostrar su valentía. Sin embargo, delante de la sierva afirmó que no conocía a Jesús. En aquel momento, eso le parecía un pequeña mentira para poder permanecer cerca de Jesús. Su heroísmo se derrumbó en un juego mezquino por un puesto en el centro de los acontecimientos. Todos debemos aprender siempre a aceptar a Dios y a Jesucristo como él es, y no como nos gustaría que fuese. También nosotros tenemos dificultad en aceptar que él se haya unido a las limitaciones de su Iglesia y de sus ministros. Tampoco nosotros queremos aceptar que él no tenga poder en el mundo. También nosotros nos parapetamos detrás de pretextos cuando nuestro pertenecer a él se hace muy costoso o muy peligroso. Todos tenemos necesidad de una conversión que acoja a Jesús en su ser-Dios y ser-Hombre. Tenemos necesidad de la humildad del discípulo que cumple la voluntad del Maestro. En este momento queremos pedirle que nos mire también a nosotros como miró a Pedro, en el momento oportuno, con sus ojos benévolos, y que nos convierta.
Pedro, el convertido, fue llamado a confirmar a sus hermanos. No es un dato exterior que este cometido se le haya confiado en el Cenáculo. El servicio de la unidad tiene su lugar visible en la celebración de la santa Eucaristía. Queridos amigos, es un gran consuelo para el Papa saber que en cada celebración eucarística todos rezan por él; que nuestra oración se une a la oración del Señor por Pedro. Sólo gracias a la oración del Señor y de la Iglesia, el Papa puede corresponder a su misión de confirmar a los hermanos, de apacentar el rebaño de Jesús y de garantizar aquella unidad que se hace testimonio visible de la misión de Jesús de parte del Padre.
«Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros». Señor, tú tienes deseos de nosotros, de mí. Tú has deseado darte a nosotros en la santa Eucaristía, de unirte a nosotros. Señor, suscita también en nosotros el deseo de ti. Fortalécenos en la unidad contigo y entre nosotros. Da a tu Iglesia la unidad, para que el mundo crea. Amén





domingo, 24 de abril de 2011

Evangelio de fin de semana

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68


domingo 24 Abril 2011. Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor


Santo(s) del día : San Fidel de Sigmaringa 
Evangelio según San Juan 20,1-9. 
El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. 
Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto". 
Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. 
Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. 
Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. 
Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo, 
y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. 
Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó. 
Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos. 


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios. 



Leer el comentario del Evangelio por : San Máximo de Turín (?-v. 420),Obispo 
Sermón 36; PL 57, 605 
"Este es el día que actuó el Señor" (Sal 117,24)


     Manifestemos nuestra alegría, hermanos, hoy como ayer. Si las sombras de la noche han interrumpido nuestras fiestas, el día santo no ha terminado...: la claridad que propaga la alegría del Señor es eterna. Cristo nos iluminó ayer y hoy todavía resplandece su luz. "Jesucristo es el mismo ayer y hoy", dice el bienaventurado apóstol Pablo (Heb 13,8). Sí, para nosotros Cristo ha nacido. Para nosotros ha nacido hoy, según lo anunciado por Dios por boca de David:"Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy" (Sal 2,7). ¿Qué significa esto? Que Él no engendró a su hijo un día, sino que ha engendrado el día y la luz al mismo tiempo...
     Sí, Cristo es nuestro hoy: esplendor vivo y sin disminución, Él no deja de alumbrar el mundo (He 1.3) y este incendio eterno parece no ser sólo de  un día. "Mil años en tu presencia son un ayer que pasó", exclamó el profeta (Sal 89,4). Sí, Cristo es ese día único porque única es la eternidad de Dios. Él es nuestro hoy: el pasado, huyó, se escapó; el futuro desconocido no tiene secretos para él. Luz soberana, abrazó todo, lo sabe todo, en todo tiempo está presente y lo posee todo. Antes que él, el pasado no se puede derrumbar, ni el futuro eludir... Hoy no es sólo el tiempo donde la carne nació de la Virgen María, ni sólo donde la divinidad, sale de la boca de Dios su Padre, sino el tiempo donde ha resucitado de entre los muertos: "Él ha resucitado a Jesús, dice el apóstol Pablo; Así está escrito en el Salmo segundo: "Tú eres mi Hijo; "Yo te he engendrado hoy'" (Hechos 13,33).
     Verdaderamente, Él es nuestro hoy, cuando, al salir de oscura noche del infierno, abrazó a los hombres. Realmente, Él es nuestro día, al que no pudieron oscurecer los ataques de sus enemigos. Ningún día mejor que este día para acoger la luz: a todos los muertos, les ha dado el día y la vida. El hombre viejo nos llevó a la muerte; Él nos ha resucitado con la fuerza de su hoy.

CRISTO HA RESUCITADO!!! ALELLUYA!!!


Deseos de una paz de Pascua a todos! El paso de la muerte a la vida es un símbolo de cambio, el renacimiento de una luz que ilumina y calienta a todo el mundo, con la esperanza de que cada persona pueda ser renovada, purificada, y despertar en un estado de gracia y de renovación. ¡Felices Pascuas!





jueves, 21 de abril de 2011

HOY JUEVES SANTO.¿Qué se celebra el Jueves Santo?

Juan Pablo II, ejemplo luminoso de fe, dice el Papa

Al presidir este Jueves Santo por la mañana la Misa Crismal en la Basílica de San Pedro, el Papa Benedicto XVI señaló que a pesar de los numerosos pecados en la Iglesia, siguen existiendo "ejemplos luminosos de fe", como el Papa Juan Pablo II, que próximamente será beatificado en Roma.
Esta es la homilía completa del Papa.
Queridos hermanos:
En el centro de la liturgia de esta mañana está la bendición de los santos óleos, el óleo para la unción de los catecúmenos, el de la unción de los enfermos y el crisma para los grandes sacramentos que confieren el Espíritu Santo: Confirmación, Ordenación sacerdotal y Ordenación episcopal. En los sacramentos, el Señor nos toca por medio de los elementos de la creación. La unidad entre creación y redención se hace visible. Los sacramentos son expresión de la corporeidad de nuestra fe, que abraza cuerpo y alma, al hombre entero. El pan y el vino son frutos de la tierra y del trabajo del hombre. El Señor los ha elegido como portadores de su presencia. El aceite es símbolo del Espíritu Santo y, al mismo tiempo, nos recuerda a Cristo: la palabra "Cristo" (Mesías) significa "el Ungido". La humanidad de Jesús está insertada, mediante la unidad del Hijo con el Padre, en la comunión con el Espíritu Santo y, así, es "ungida" de una manera única, y penetrada por el Espíritu Santo. Lo que había sucedido en los reyes y sacerdotes del Antiguo Testamento de modo simbólico en la unción con aceite, con la que se les establecía en su ministerio, sucede en Jesús en toda su realidad: su humanidad es penetrada por la fuerza del Espíritu Santo. Cuanto más nos unimos a Cristo, más somos colmados por su Espíritu, por el Espíritu Santo. Nos llamamos "cristianos", "ungidos", personas que pertenecen a Cristo y por eso participan en su unción, son tocadas por su Espíritu. No quiero sólo llamarme cristiano, sino que quiero serlo, decía san Ignacio de Antioquía. Dejemos que precisamente estos santos óleos, que ahora son consagrados, nos recuerden esta tarea inherente a la palabra "cristiano", y pidamos al Señor para que no sólo nos llamemos cristianos, sino que lo seamos verdaderamente cada vez más.
En la liturgia de este día se bendicen, como hemos dicho, tres óleos. En esta triada se expresan tres dimensiones esenciales de la existencia cristiana, sobre las que ahora queremos reflexionar. Tenemos en primer lugar el óleo de los catecúmenos. Este óleo muestra como un primer modo de ser tocados por Cristo y por su Espíritu, un toque interior con el cual el Señor atrae a las personas junto a Él. Mediante esta unción, que se recibe antes incluso del Bautismo, nuestra mirada se dirige por tanto a las personas que se ponen en camino hacia Cristo – a las personas que están buscando la fe, buscando a Dios. El óleo de los catecúmenos nos dice: no sólo los hombres buscan a Dios. Dios mismo se ha puesto a buscarnos. El que Él mismo se haya hecho hombre y haya bajado a los abismos de la existencia humana, hasta la noche de la muerte, nos muestra lo mucho que Dios ama al hombre, su criatura. Impulsado por su amor, Dios se ha encaminado hacia nosotros. "Buscándome te sentaste cansado que tanto esfuerzo no sea en vano", rezamos en el Dies irae. Dios está buscándome. ¿Quiero reconocerlo? ¿Quiero que me conozca, que me encuentre? Dios ama a los hombres. Sale al encuentro de la inquietud de nuestro corazón, de la inquietud de nuestro preguntar y buscar, con la inquietud de su mismo corazón, que lo induce a cumplir por nosotros el gesto extremo. No se debe apagar en nosotros la inquietud en relación con Dios, el estar en camino hacia Él, para conocerlo mejor, para amarlo mejor. En este sentido, deberíamos permanecer siempre catecúmenos. "Buscad siempre su rostro", dice un salmo (105,4). Sobre esto, Agustín comenta: Dios es tan grande que supera siempre infinitamente todo nuestro conocimiento y todo nuestro ser. El conocer a Dios no se acaba nunca. Por toda la eternidad podemos, con una alegría creciente, continuar a buscarlo, para conocerlo cada vez más y amarlo cada vez más. "Nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti", dice Agustín al inicio de sus Confesiones. Sí, el hombre está inquieto, porque todo lo que es temporal es demasiado poco. Pero ¿es auténtica nuestra inquietud por Él? ¿No nos hemos resignado, tal vez, a su ausencia y tratamos de ser autosuficientes? No permitamos semejante reduccionismo de nuestro ser humanos. Permanezcamos continuamente en camino hacia Él, en su añoranza, en la acogida siempre nueva de conocimiento y de amor.
Después está el óleo de los enfermos. Tenemos ante nosotros la multitud de las personas que sufren: los hambrientos y los sedientos, las víctimas de la violencia en todos los continentes, los enfermos con todos sus dolores, sus esperanzas y desalientos, los perseguidos y los oprimidos, las personas con el corazón desgarrado. A propósito de los primeros discípulos enviados por Jesús, san Lucas nos dice: "Los envió a proclamar el reino de Dios y a curar a los enfermos" (9, 2). El curar es un encargo primordial que Jesús ha confiado a la Iglesia, según el ejemplo que Él mismo nos ha dado, al ir por los caminos sanando a los enfermos. Cierto, la tarea principal de la Iglesia es el anuncio del Reino de Dios. Pero precisamente este mismo anuncio debe ser un proceso de curación: "para curar los corazones desgarrados", nos dice hoy la primera lectura del profeta Isaías (61,1). El anuncio del Reino de Dios, de la infinita bondad de Dios, debe suscitar ante todo esto: curar el corazón herido de los hombres. El hombre por su misma esencia es un ser en relación. Pero, si se trastorna la relación fundamental, la relación con Dios, también se trastorna todo lo demás. Si se deteriora nuestra relación con Dios, si la orientación fundamental de nuestro ser está equivocada, tampoco podemos curarnos de verdad ni en el cuerpo ni en el alma. Por eso, la primera y fundamental curación sucede en el encuentro con Cristo que nos reconcilia con Dios y sana nuestro corazón desgarrado. Pero además de esta tarea central, también forma parte de la misión esencial de la Iglesia la curación concreta de la enfermedad y del sufrimiento. El óleo para la Unción de los enfermos es expresión sacramental visible de esta misión. Desde los inicios maduró en la Iglesia la llamada a curar, maduró el amor cuidadoso a quien está afligido en el cuerpo y en el alma. Ésta es también una ocasión para agradecer al menos una vez a las hermanas y hermanos que llevan este amor curativo a los hombres por todo el mundo, sin mirar a su condición o confesión religiosa. Desde Isabel de Turingia, Vicente de Paúl, Luisa de Marillac, Camilo de Lellis hasta la Madre Teresa –por recordar sólo algunos nombres– atraviesa el mundo una estela luminosa de personas, que tiene origen en el amor de Jesús por los que sufren y los enfermos. Demos gracias ahora por esto al Señor. Demos gracias por esto a todos aquellos que, en virtud de la fe y del amor, se ponen al lado de los que sufren, dando así, en definitiva, un testimonio de la bondad de Dios. El óleo para la Unción de los enfermos es signo de este óleo de la bondad del corazón, que estas personas –junto con su competencia profesional– llevan a los que sufren. Sin hablar de Cristo, lo manifiestan.
En tercer lugar, tenemos finalmente el más noble de los óleos eclesiales, el crisma, una mezcla de aceite de oliva y de perfumes vegetales. Es el óleo de la unción sacerdotal y regia, unción que enlaza con las grandes tradiciones de las unciones del Antiguo Testamento. En la Iglesia, este óleo sirve sobre todo para la unción en la Confirmación y en las sagradas Órdenes. La liturgia de hoy vincula con este óleo las palabras de promesa del profeta Isaías: "Vosotros os llamaréis sacerdotes del Señor, dirán de vosotros: Ministros de nuestro Dios" (61, 6). El profeta retoma con esto la gran palabra de tarea y de promesa que Dios había dirigido a Israel en el Sinaí: "Seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa" (Ex 19, 6). En el mundo entero y para todo él, que en gran parte no conocía a Dios, Israel debía ser como un santuario de Dios para la totalidad, debía ejercitar una función sacerdotal para el mundo. Debía llevar el mundo hacia Dios, abrirlo a Él. San Pedro, en su gran catequesis bautismal, ha aplicado dicho privilegio y cometido de Israel a toda la comunidad de los bautizados, proclamando: "Vosotros, en cambio, sois un linaje elegido, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido por Dios para que anunciéis las proezas del que os llamó de las tinieblas a su luz maravillosa. Los que antes erais no-pueblo, ahora sois pueblo de Dios, los que antes erais no compadecidos. ahora sois objeto de compasión." (1 P 2, 9-10). El Bautismo y la Confirmación constituyen el ingreso en el Pueblo de Dios, que abraza todo el mundo; la unción en el Bautismo y en la Confirmación es una unción que introduce en ese ministerio sacerdotal para la humanidad. Los cristianos son un pueblo sacerdotal para el mundo. Deberían hacer visible en el mundo al Dios vivo, testimoniarlo y llevarle a Él. Cuando hablamos de nuestra tarea común, como bautizados, no hay razón para alardear. Eso es más bien una cuestión que nos alegra y, al mismo tiempo, nos inquieta: ¿Somos verdaderamente el santuario de Dios en el mundo y para el mundo? ¿Abrimos a los hombres el acceso a Dios o, por el contrario, se lo escondemos? Nosotros –el Pueblo de Dios– ¿acaso no nos hemos convertido en un pueblo de incredulidad y de lejanía de Dios? ¿No es verdad que el Occidente, que los países centrales del cristianismo están cansados de su fe y, aburridos de su propia historia y cultura, ya no quieren conocer la fe en Jesucristo? Tenemos motivos para gritar en esta hora a Dios: "No permitas que nos convirtamos en no-pueblo. Haz que te reconozcamos de nuevo. Sí, nos has ungido con tu amor, has infundido tu Espíritu Santo sobre nosotros. Haz que la fuerza de tu Espíritu se haga nuevamente eficaz en nosotros, para que demos testimonio de tu mensaje con alegría.
No obstante toda la vergüenza por nuestros errores, no debemos olvidar que también hoy existen ejemplos luminosos de fe; que también hoy hay personas que, mediante su fe y su amor, dan esperanza al mundo. Cuando sea beatificado, el próximo uno de mayo, el Papa Juan Pablo II, pensaremos en él llenos de gratitud como un gran testigo de Dios y de Jesucristo en nuestro tiempo, como un hombre lleno del Espíritu Santo. Junto a él pensemos al gran número de aquellos que él ha beatificado y canonizado, y que nos dan la certeza de que también hoy la promesa de Dios y su encomienda no caen en saco roto.
Me dirijo finalmente a vosotros, queridos hermanos en el ministerio sacerdotal. El Jueves Santo es nuestro día de un modo particular. En la hora de la Última Cena el Señor ha instituido el sacerdocio de la Nueva Alianza. "Santifícalos en la verdad" (Jn 17, 17), ha pedido al Padre para los Apóstoles y para los sacerdotes de todos los tiempos. Con enorme gratitud por la vocación y con humildad por nuestras insuficiencias, dirijamos en esta hora nuestro "sí" a la llamada del Señor: Sí, quiero unirme íntimamente al Señor Jesús, renunciando a mí mismo impulsado por el amor de Cristo. Amén.



miércoles, 20 de abril de 2011

Informe sobre Iglesia en Irlanda se presentará al Papa el fin de semana

El Arzobispo de Dublin (Irlanda), Mons. Diarmuid Martin, señaló el lunes 18 de abril que el equipo de visitadores apostólicos enviados a este país por el Papa Benedicto XVI ya están en capacidad de enviarle un informe este fin de semana al término de sus investigaciones.
Mons. Martin señaló al Irish Examiner que la visita apostólica ordenada por la Santa Sede para revisar la situación de la Iglesia en Irlanda tras el escándalo de los abusos sexuales cometidos por algunos miembros del clero, ya ha cumplido su misión.
Los visitadores, "están por presentar sus informes al Papa en Pascua", añadió.
La visita apostólica se inició en marzo de 2010 y se ha dado luego de una serie de informes de las autoridades irlandesas en las que se condena el mal manejo de los casos de abusos sexuales por parte de miembros del clero.
Los visitadores apostólicos que han realizado la investigación en las diócesis de Irlanda son: el Arzobispo de Boston (Estados Unidos), Cardinal Sean OMalley; el Arzobispo de Toronto (Canadá), Mons. Thomas Collins; el Arzobispo de Ottawa (Canadá), Mons. Terence Prendergast, y el Cardenal Cormac Murphy OConnor, Arzobispo Emérito de Westminster (Inglaterra).
Además también se realizó una investigación de diversas congregaciones religiosas, mientras que el Arzobispo de Nueva York, Mons. Timothy Dolan, y el Arzobispo de Baltimore, Mons. Edwin OBrien, ambos de Estados Unidos, conducen una investigación en los seminarios del país.
Todas estas medidas fueron ordenadas por el Papa Benedicto XVI.

El Papa pide a católicos "asomarse a intimidad" de Jesús en Semana Santa

En la Audiencia General de este miércoles, el Papa Benedicto XVI profundizó en el significado de las celebraciones del Santo Triduo Pascual en Semana Santa y alentó a los católicos a "asomarse a la intimidad de Jesús" en estos días.
Este Triduo, dijo el Papa, está compuesto por "los tres días santos en los que la Iglesia conmemora el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús".
Benedicto XVI explicó que "el Jueves Santo es el día en el que se conmemora la institución de la Eucaristía y del sacerdocio ministerial. Por la mañana, cada comunidad diocesana se reúne en la Iglesia catedral con el obispo y celebra la Misa del Crisma. También tiene lugar la renovación de las promesas sacerdotales".
"En la tarde del Jueves Santo inicia realmente el Triduo Pascual, con la memoria de la Última Cena, en la que Jesús instituyó el memorial de su Pascua, dando cumplimiento al rito pascual judío".
"Jesús lava los pies a los apóstoles, invitándoles a amarse unos a otros como El los amó, dando su vida por ellos. Al repetir este gesto en la liturgia, también nosotros estamos llamados a dar testimonio activamente del amor de nuestro Redentor".
El Santo Padre recordó que el Jueves Santo "termina con la adoración eucarística, en recuerdo de la agonía del Señor en el Huerto de Getsemaní. Consciente de su muerte inminente en la cruz, siente una gran tristeza".
Refiriéndose a la somnolencia de los Apóstoles que acompañaron a Jesús en Getsemaní, el Papa señaló que "es la insensibilidad por Dios, que nos hace insensibles al mal". Con su muerte, el Señor "siente todo el sufrimiento de la humanidad" y resaltó que "su voluntad está subordinada a la voluntad del Padre y transforma esta voluntad natural en un sí a la voluntad de Dios".
En su oración, explicó Benedicto XVI, Jesús transforma "la aversión natural, la aversión contra el cáliz, contra su misión de morir por nosotros, transforma esta su voluntad natural en voluntad de Dios, en un sí a la voluntad de Dios".
"El hombre de por sí es tentado de oponerse a la voluntad de Dios, de tener la intención de seguir la propia voluntad, de sentirse libre solo si es autónomo, opone la propia autonomía a la heteronomía de seguir la voluntad de Dios. Este es el drama de la humanidad".
El Papa advirtió que "en verdad esta autonomía es equivocada y este entrar en la voluntad de Dios no es una oposición en sí, no es una esclavitud que violente mi voluntad, sino es entrar en la verdad y el amor, en el bien. Y Jesús atrae nuestra voluntad, que se opone a la voluntad de Dios, que busca la autonomía, atrae esta nuestra voluntad hacia lo alto, hacia la voluntad de Dios".
En Getsemaní, dijo el Papa, "podemos también ver el gran contraste entre Jesús y su angustia, con su sufrimiento, confrontado con el gran filósofo Sócrates, que permanece pacífico, sin perturbación ante la muerte. Y parece que esto es lo ideal. Podemos admirar a este filósofo, pero la misión de Jesús era otra".
La misión del Señor, continuó el Santo Padre "no era esta total indiferencia y libertad, su misión era portar en sí mismo todo nuestro sufrimiento, todo el drama humano. Y por ello esta humillación del Getsemaní es esencial para la misión del Hombre-Dios".
"Él carga sobre sí nuestro sufrimiento, nuestra pobreza, y la transforma según la voluntad de Dios. Y así abre las puertas del cielo, abre el cielo: esta tienda del Santísimo, que hasta ahora el hombre ha cerrado contra Dios, es abierta por este sufrimiento y obediencia".
Sobre el Viernes Santo, Benedicto XVI dijo que en este día se conmemora "la pasión y muerte del Señor; adoraremos a Cristo crucificado, compartiendo sus sufrimientos con la penitencia y el ayuno".
"Dirigiendo la mirada a aquel que traspasaron, podremos alcanzar el corazón atravesado que mana sangre y agua como una fuente, ese corazón del que surge el amor de Dios por todos nosotros para que recibamos su espíritu. Acompañemos entonces en el Viernes Santo también nosotros a Jesús en el Calvario, dejémonos guiar por Él hasta la cruz, recibamos la ofrenda de su cuerpo inmolado".
"Por último, en la noche del Sábado Santo, celebraremos la solemne Vigilia Pascual, en la que se anuncia la resurrección de Cristo, su victoria definitiva sobre la muerte, que nos desafía a ser hombres nuevos en Él".
El Santo Padre resaltó que "el criterio que guió cada decisión de Jesús durante toda su vida fue su firme voluntad de amar al Padre y de serle fiel".
"Al revivir el Triduo Santo, dispongámonos a acoger en nuestra vida la voluntad de Dios, conscientes de que en ella se halla nuestro verdadero bien, el camino de la vida. Que la Virgen Madre nos guíe en este itinerario y nos obtenga de su divino Hijo la gracia de poder dedicar nuestra vida por amor de Jesús, al servicio de los demás".
En su saludo en español el Papa exhortó a que "en estas celebraciones podremos asomarnos a la intimidad de Jesús y a su voluntad firme de amar al Padre y serle fiel en todo, y aprender así de Él a imitarle en nuestra vida".
Asimismo saludó "especialmente a los participantes en el encuentro UNIV, así como a los venidos de Argentina, Colombia, Ecuador, España, México y otros países latinoamericanos. Que la Virgen María nos enseñe a todos a acompañar en estos días a su Hijo, en los momentos decisivos de su misterio redentor".
A los 3 000 participantes del encuentro UNIV, promovído por la Prelatura personal del Opus Dei, el Santo Padre dijo: "espero que estas jornadas romanas sean para todos vosotros una ocasión para redescubrir la persona de Cristo y una fuerte experiencia eclesial para que regreséis a casa animados por el deseo de testimoniar la misericordia del Padre celestial".
"Así, a través de vuestra vida, se realizará lo que deseaba San Josemaría Escrivá: Ojalá fuera tal tu compostura y tu conversación que todos pudieran decir al verte o al oírte hablar: éste lee la vida de Jesucristo", concluyó.