domingo, 12 de agosto de 2012

EL EVANGELIO Y SU PENSAMIENTO (12/8/12)


¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68


Evangelio según San Mateo 17,22-27. 
Mientras estaban reunidos en Galilea, Jesús les dijo: "El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres: 
lo matarán y al tercer día resucitará". Y ellos quedaron muy apenados. 
Al llegar a Cafarnaún, los cobradores del impuesto del Templo se acercaron a Pedro y le preguntaron: "¿El Maestro de ustedes no paga el impuesto?". 
"Sí, lo paga", respondió. Cuando Pedro llegó a la casa, Jesús se adelantó a preguntarle: "¿Qué te parece, Simón? ¿De quiénes perciben los impuestos y las tasas los reyes de la tierra, de sus hijos o de los extraños?". 
Y como Pedro respondió: "De los extraños", Jesús le dijo: "Eso quiere decir que los hijos están exentos. 
Sin embargo, para no escandalizar a esta gente, ve al lago, echa el anzuelo, toma el primer pez que salga y ábrele la boca. Encontrarás en ella una moneda de plata: tómala, y paga por mí y por ti". 



Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.

La presencia de Jesús, Dios hecho hombre entre los hombres de su tiempo, nos sorprende por su realismo. Es tan enteramente uno de los nuestros que los que lo ven no siempre reconocen la fuerza de su divinidad. Los que tienen el corazón bien dispuesto, es decir, son atraídos por el Padre, descubren en las obras que Él realiza una fuerza superior, un mensaje nuevo, transformador. Los que sólo son capaces de mirar la realidad desde sus mezquinos intereses, los que no encuentran en los acontecimientos de su propia vida y la de todos los hombres una fuerza transformadora que cuida del hombre, que lo eleva, que lo lleva por caminos nuevos a un mundo nuevo en el que todos son hijos de Dios y, por lo tanto, capaces de hacer la obra de Dios, es decir, los que se quedan en los límites de la propia humanidad, esos murmuran.
En verdad, los que murmuran son aquellos que no se animan a decir las cosas en voz alta, los que no pueden fundamentar su postura con verdades objetivas, aquellos a los que sólo les queda el recurso de sembrar disconformismo entre los demás o bien lo hacen con intención de sembrar la desconfianza y así ganar terreno. Jesús reprocha esta actitud e invita a los que lo hacen a reconocer su límite. Él pone de manifiesto una verdad superior, trascendente, que es más grande que cualquier capacidad humana, que viene de Dios, el ser infinitamente perfecto, el Padre que sólo Jesús ha visto. Sólo Jesús tiene autoridad para enseñar quién es Dios, pues solamente Él conoce los misterios de la divinidad. Él es Dios. 
Dios se manifiesta a nosotros en su misericordia, en su condescendencia, en su abajarse por amor, en su desarmarse por amor. Él, que todo lo ve, podría haberse mostrado con una superioridad sin límites, pero eligió asumir nuestra propia naturaleza, hacerse hombre, cargar nuestro dolor, nuestro pecado, pasar como un hombre cualquiera. Él se hizo camino. Éste es el camino: vivir lo cotidiano descubriendo la presencia maravillosa de Dios que no se cansa de hacer milagros por nosotros, aunque muchas veces no entendamos, no aceptemos y aún más, protestemos y murmuremos contra Él.
La misericordia de Dios es infinita. Su amor es creativo. Él obra milagros por nosotros, para atraernos a Él. En su inmensa capacidad de generar recursos para acercarnos a su amor, entre todos sus regalos, hay un milagro nuevo, superior a todos los otros: el milagro de la presencia de Dios que se hace carne. Carne que es Palabra para acercarnos al misterio insondable de un Dios que nos ama. Carne que se hace Pan y que se ofrece para que los que creen tengan vida y la tengan en abundancia.
Aceptar la humanidad de Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, aceptar su presencia entre nosotros hecho Palabra y hecho Pan, es responder a la infinita ternura de Dios Padre que no se cansa de llamarnos a su Reino, de darnos los medios para acercarnos a Él y de descubrirnos su proyecto de salvación para cada uno de nosotros.   

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